Seis meses después de las elecciones, se repite la Gran Coalición

Se profundiza la polarización política en Alemania

Casi seis meses después de las elecciones federales en Alemania, celebradas el 24 de septiembre de 2017, se ha constituido el nuevo gobierno. Esta demora no tiene precedentes en la historia del país desde la II Guerra Mundial y el nuevo ejecutivo no parece demasiado estable, si tenemos en cuenta que, en la votación en el Bundestag para investir como canciller a Angela Merkel, esta sólo logró nueve votos por encima del mínimo legal requerido. Además, treinta y cinco miembros de los partidos en el gobierno se negaron a votarla.

 

En las elecciones de septiembre, los tres partidos que conformaban el anterior gobierno de “Gran Coalición”, los dos partidos cristianos (CDU y CSU) y los socialdemócratas (SPD), sufrieron pérdidas significativas. Como resultado, el candidato a canciller del SPD Martin Schulz declaró la misma noche electoral, con el entusiasta apoyo de sus seguidores, que el SPD pasaría a la oposición después de haber recibido el menor porcentaje de voto desde que se logró el sufragio universal en 1919.

Tras esto siguieron semanas de negociaciones entre el CDU de Merkel, el bávaro CSU, los liberales (FDP) y los verdes. Especialmente la CSU, que perdió el 10,5% de los votos en las elecciones (a favor sobre todo del ultraderechista AfD) quedándose con un 38,8% en Baviera, su principal feudo, y que se enfrentará ahora a las elecciones generales en dicho Estado el 14 de octubre de 2018, trató de diferenciarse de las reivindicaciones de la derecha. Los verdes estaban dispuestos a tirar todos sus principios por la borda a cambio de participar en el gobierno. Pero entonces el FDP se retiró de las negociaciones, argumentado que apenas se consideraban sus reivindicaciones. El FDP, que en las elecciones generales de 2013 no logró pasar el umbral del 5% y que en 2017 ha vuelto al Bundestag tras una campaña publicitaria masiva, temía disolverse en la nueva coalición con el CDU y perder sus escaños, como ya ocurrió en 2009-2013.

Tras el fracaso de las negociaciones a la  “jamaicana” (llamadas así por los colores de los partidos que las protagonizaron), la presión sobre el SPD para que renunciara a su promesa de pasar a la oposición se incrementó brutalmente. Los siguientes meses hubo un conflicto feroz en el seno del SPD motivado, no tanto por el rechazo al programa que implica una coalición con Merkel, sino por el miedo de que reeditar la coalición de gobierno conllevara una mayor pérdida de votos y escaños en futuras elecciones.

La crisis del SPD

El epicentro de la oposición interna en el SPD a la coalición fueron las Juventudes Socialistas (quienes durante muchos años se han mantenido en silencio). Más que la fortaleza de las Juventudes Socialistas, este aspecto indica la debilidad de la propia izquierda del partido, que carecía de otra plataforma para expresarse. No hay ningún “Corbyn alemán” dentro del SPD. Las Juventudes Socialistas, están a años luz de una oposición auténticamente de izquierdas a las políticas neoliberales y su mayor preocupación es como salvaguardar el partido de cara a promover sus propias carreras profesionales, lo que, teniendo en cuenta el destino de los partidos socialdemócratas en países como Grecia, Holanda, Irlanda o Francia, es un temor es más que razonable.

Por tanto, no tienen una alternativa creíble que ofrecer frente a la nueva coalición. Tolerar un gobierno en minoría no resulta atractivo para aquellos, como el SPD, que conciben la influencia política principalmente desde la participación en el gobierno, y a los que la idea de presionar al gobierno mediante movimientos extraparlamentarios les es totalmente ajena (de hecho, ellos mismos viven en un mundo paralelo como políticos profesionales). Después del doble zigzag del SPD (primero en contra de la participación en el gobierno, después a favor y nuevamente en contra) unas nuevas elecciones hubiesen supuesto, según las encuestas, un resultado electoral aún más devastador que en septiembre. De hecho, en algunas encuestas, el SPD quedaría incluso por detrás de AFD, y el SPD y la CDU/CSU juntos ya no tendrían mayoría absoluta. En estas circunstancias, cualquier decisión del SPD tiene consecuencias negativas. Como en 2013, la dirección del SPD ha querido situar la responsabilidad de la participación en el gobierno en el partido en su conjunto, obteniendo para ello la aprobación del conjunto de los afiliados  mediante un referéndum, lo que lograron cuando el 66% (con una participación del 78%) votó por el horror sin fin de una reedición del gobierno con la derecha y con Merkel.

Durante las negociaciones de la coalición en 2013, y tras años de una fuerte campaña extra-parlamentaria por parte del partido Die Linke (La Izquierda), sindicatos, movimientos sociales, etc, el SPD apostó por primera vez por la introducción de un salario mínimo obligatorio en Alemania. Aunque este salario mínimo es demasiado bajo y tiene demasiadas excepciones, ha tenido un significado simbólico considerable. Pero eso no ha sido suficiente para impedir la pérdida de votos del SPD. En esta ocasión, sin embargo, ni siquiera disponen de una reivindicación parecida que pueda disimular un acuerdo con Merkel. ¿Podemos esperar que vaya a irles mejor en las próximas elecciones? Después de las negociaciones de la coalición, la dirección del SPD ha alardeado de haber introducido un buen número de propuestas en el programa de gobierno, pero estas sólo han demostrado la similitud de sus políticas con las de la CDU/CSU.

A pesar de que el programa de la coalición contiene una o dos mejoras cosméticas, sin ninguna garantía concreta de que vayan a ponerse en práctica (algunas simplemente son cancelación de recortes que el propio SPD introdujo anteriormente), también incluye nuevos recortes. Y esto a pesar de que en los últimos años hemos tenido una recuperación económica y unos tipos de interés extremadamente bajos, que han reducido drásticamente los gastos del gobierno alemán destinados al pago de la deuda.

¿Qué ocurrirá si un nuevo recrudecimiento de la crisis económica o las medidas proteccionistas de los EEUU azotan la economía alemana, tan dependiente de las exportaciones? Como respuesta a la rebaja de impuestos de Trump, los capitalistas alemanes ya están presionando por créditos fiscales más allá de las políticas acordadas por el nuevo Gobierno de coalición. El dinero para tales regalos fiscales sin duda saldrá de los bolsillos de las familias trabajadoras.

Las leyes propias del capitalismo siguen aumentando constantemente la brecha entre ricos y pobres, y profundizando la destrucción medioambiental. Una política de “más de lo mismo”, una política que no combate activamente esta dinámica, supone en última instancia el empeoramiento de las condiciones de vida de la clase trabajadora, incluso aunque por el momento no  haya ataques directos.

Repartiéndose los cargos en el Gobierno. Más de lo mismo

Donde el SPD consiguió mejores resultados ha sido en el reparto de puestos gubernamentales. Con los ministerios de finanzas, exteriores y de trabajo, el SPD asume tres ministerios centrales. La CDU se queja, sobre todo, por la pérdida del Ministerio de finanzas, pero no hay ninguna razón para creer que el SPD vaya a utilizar dichos ministerios de cara a impulsar políticas más progresistas. En concreto, el nuevo Ministro de finanzas del SPD, Scholzm, y el de trabajo, Heil, están estrechamente vinculados a Gerhard Schröder en la defensa de una dura política neoliberal y de las leyes de austeridad antisociales Hartz. La CDU y la CSU están además intentando frenar a Alternativa para Alemania (AfD) copiando parcialmente su demagogia y sus políticas, lo que significa un deterioro drástico de la situación de los refugiados, el desmantelamiento de derechos democráticos, etc. La experiencia demuestra que este camino solo servirá para fortalecer a AfD. El nuevo Ministro del interior Seehofer, de la CSU, defiende dichas políticas, y las ideas de extrema derecha y racistas tendrán un lugar destacado en sus planes, lo que beneficiará a AfD, ya que, siendo el mayor partido en la oposición, gozará de una situación privilegiada en el Bundestag para atraer la atención de los medios. Die Linke (La izquierda) y el movimiento obrero tienen la tarea de demostrar activamente que ellos, y no el AfD, son la verdadera oposición frente a la nueva Gran Coalición.

Mucha gente en Alemania se alegrará de tener por fin un gobierno con plena capacidad de actuación, en lugar de un ejecutivo en funciones con poderes restringidos. Pero, en realidad, este gobierno no representa los intereses de la mayoría de la población, y el que nuestros adversarios tengan poderes limitados es algo positivo para nosotros. Un ejemplo concreto de las consecuencias que tendrá esta nueva edición de la Gran Coalición lo vimos el pasado noviembre, cuando una doctora fue multada por tener información sobre abortos en su página web, al considerar los jueces que implicaba publicidad ilegal del aborto. La sentencia causó gran indignación y algunos partidos protestaron contra esta prohibición reaccionaria presentando determinadas iniciativas legislativas para acabar con la misma. Parecía posible una mayoría parlamentaria en el Bundestag por lo menos para calmar la indignación. Pero el día antes de la toma de posesión del nuevo gobierno, el SPD retiró su proyecto por la disciplina de la coalición, ya que el CDU y el CSU están estrictamente en contra de cualquier mejora en cuanto a esta cuestión.

El hecho de que la formación del nuevo gobierno se alargará tanto a pesar de las actuales condiciones favorables (crecimiento económico, aumento de los ingresos del gobierno…) no es ninguna casualidad, ya que dichas condiciones son resultado de décadas de políticas neoliberales y de congelación salarial que han permitido al capitalismo alemán aprovecharse del crecimiento económico internacional. Ninguno de los partidos en el gobierno defiende un programa que pueda inspirar a su base social. Esta insatisfacción y la incertidumbre respecto al futuro han beneficiado sobre todo a AfD. Sin embargo, en el oeste de Alemania, el Partido de La Izquierda (Die Linke) ha ganado ganado de manera significativa votos y miembros. No así en el este, donde es identificado como parte del establishment implementado políticas neoliberales en diversos estados y ayuntamientos.

Die Linke debe volver a la lucha en las calles

Durante años, el ala derechas de Die Linke ha planteado siempre coaliciones con el SPD y los Verdes (“rojo-rojo-verde”), pero tras relanzarse de nuevo la Gran Coalición, uno de los de los diputados de Die Linke en el Bundestag, Dietmar Bartsch, se vio obligado a declarar: “El rojo-rojo-verde a nivel federal está muerto de facto”. Un descubrimiento que llega tarde y que solo se limita al nivel federal. Die Linke debe dejar de mirar constantemente hacia los líderes del SPD, y dejar de dar credibilidad a las declaraciones de buenas intenciones que realizan con relación a las políticas sociales y que tienen un mero propósito electoral.

El rechazo hacia el SPD supone una oportunidad y un reto para Die Linke, que nació del movimiento de lucha contra el plan de austeridad de la coalición del SPD y el Partido Verde de 2003, la llamada “Agenda 2010”. Dicha política de confrontación con el SPD permitió a Die Linke  lograr su mejor resultado en el Bundestag, con el 11,9% de los votos, en 2009, justo al final de la primera gran coalición de Merkel con el SPD. Pero desafortunadamente Die Linke no construyó basándose en dicho resultado, sino que se orientó hacia el SPD para persuadirlo de que cambiase sus compañeros de coalición. Mientras que el voto al SPD ha caído de forma generalizada –de un 40,9% en 1998 a un 23% en 2009 y sólo un 20,5% el último septiembre-, Die Linke no ha rentabilizado esa caída (en septiembre 860.000 votos menos que en 2009), e incluso en algunas zonas ha perdido apoyos a favor de AfD

Si Die Linke apostase por construir movimientos de lucha en las calles, con raíces en los barrios y en los centros de trabajo, liderando la movilización por una vivienda accesible, por el aumento de personal en los hospitales, contra el racismo, etc… podría convertirse en un fuerte polo de atracción de izquierdas en el próximo periodo. Esto plantearía un reto para AfD y otras potenciales fuerzas populistas de derechas y demostraría que el éxito de AfD no significa un giro a la derecha inevitable de la sociedad sino parte de un proceso de polarización creciente. Ese sería el mejor punto de partida ante la intensificación de la lucha de clases que, antes o después, se producirá en Alemania, especialmente cuando la bonanza acabe y el Gobierno profundice los ataques contra la clase trabajadora.

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